HISTORIAS

«Creo en el poder de la información»: James Nachtwey conversa con Hilary Roberts

A young Hutu man's profile reveals several long, deep scars across his scalp and face in Rwanda.
Un superviviente del campo de los muertos de Hutu posa para James en el momento álgido de los disturbios de Ruanda en 1994. © James Nachtwey / Contrasto

James Nachtwey, un héroe del fotoperiodismo, ha pasado más de cuatro décadas documentando conflictos, desastres y enfermedades por todo el mundo.

Nacido en Nueva York en 1948, James es uno de los reporteros de documentales más respetados del sector. Después de aprender fotografía por su cuenta, trabajó como autónomo para la revista Time, antes de conseguir su primer trabajo, en 1976, en el Albuquerque Journal en Nuevo México. Su trabajo ha impactado, sorprendido e inspirado desde entonces.

En el lanzamiento de Memoria, su exposición retrospectiva que se inicia en Milán y recorrerá el mundo, James habló largo y tendido con la embajadora de Canon Hilary Roberts, conservadora jefa de fotografía del Museo Imperial de la Guerra de Londres. Hablaron sobre los comienzos en la fotografía, si las imágenes pueden marcar la diferencia y el impacto emocional de presenciar tragedias por todo el mundo. El fotógrafo comparte sus experiencias sobre la cobertura de los orfanatos en Rumanía, el genocidio de Ruanda, el 11S y la crisis de refugiados en Europa, y ofrece sus opiniones sobre el estado actual del sector del fotoperiodismo.


Hilary Roberts: La imagen del cartel de tu exposición Memoria muestra la cabeza de un joven Hutu de Ruanda (arriba). Esta aterrorizado y claramente traumatizado. Es una imagen que no necesita título para entender lo que dice sobre la inhumanidad del hombre con el hombre. Imagino que fue una de las muchas escenas horribles que presenciaste en Ruanda, ¿pero tiene un significado particular para ti?

James Nachtwey: Mucho. Acababa de ser liberado de un campo de concentración de Hutu en el que se torturaba y mataba a las personas, y lo trasladaron a un puesto médico bastante rudimentario. Estaba allí haciendo fotos y se me acercó. No podía hablar y, en cualquier caso, yo no hablaba su idioma, pero establecí contacto visual con él y a través del lenguaje corporal le pregunté si podía hacerle una foto. Aceptó de forma implícita y en un momento incluso giró su cara hacia la luz. Es entonces cuando saqué esta foto. Creo que entendió lo que sus cicatrices contarían al resto del mundo. Creo que en ese momento me nombró su mensajero.

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Llamaste mi atención cuando cubriste las huelgas de hambre en Irlanda del Norte en 1981, pero antes habías trabajado como fotógrafo de prensa en Estados Unidos. ¿Qué originó tu interés por la fotografía?

No hay nada en el entorno en el que crecí que indicara algún interés o aptitud hacia la fotografía. Es algo que decidí hacer después de graduarme. Me inspiraron las fotografías de la guerra de Vietnam y el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos. Estas imágenes tuvieron un gran impacto personal en mí y cambiaron mi opinión sobre lo que estaba ocurriendo en realidad. Nuestros líderes políticos y militares nos contaban una cosa y los fotógrafos otra, nos contaban lo que estaba ocurriendo realmente.

Aprendiste fotografía por tu cuenta. ¿Cómo?

No tenía suficiente dinero para matricularme en una escuela de fotografía. Empecé a hacer fotos con una cámara prestada. Leía libros sobre cómo exponer y revelar películas, cómo realizar impresiones, y alquilaba cuartos oscuros para practicar. Siempre que podía, me imaginaba que tenía un encargo de una revista, salía por ahí e intentaba producir fotos que pudiera mostrar a un editor. Con el transcurso de los años, creé una cartera que acabé llevando a la agencia de la revista Time en Boston. Les gustó lo que vieron y empezaron a ofrecerme encargos.

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Un par de años después, me estaba ganando la vida, pero decidí que los encargos no eran suficiente y pensé que trabajar para un periódico sería la forma de disfrutar de una intensa experiencia diaria. Pedí trabajo en periódicos en partes de Estados Unidos con las que no estaba familiarizado. Recibí una oferta de trabajo del Albuquerque Journal en Nuevo México, así que cogí un avión hasta allí. Pasé cuatro años aprendiendo el oficio de fotoperiodismo, cometiendo todos los errores conocidos por el hombre e inventando algunos que ni existían, y poco a poco gané experiencia y confianza. Un par de fotógrafos de la plantilla del Journal eran bastante buenos y fueron mis mentores.

Después de cuatro años en el periódico, me desperté en mitad de la noche consciente de que había aprendido todo lo posible de esa experiencia, así que era momento de avanzar. Al día siguiente dejé el trabajo, metí las maletas en mi Volkswagen Beetle y conduje hasta Nueva York. Allí empecé una carrera como autónomo. Me asocié con la agencia de fotografía Black Star. Estaba dirigida por un hombre fantástico llamado Howard Chapnick, un académico y un caballero, y un auténtico creyente en la fotografía. Me ayudó tanto que cuando empezaron las huelgas de hambre y los tumultos en las calles de Belfast y Derry, le dije a Howard: «Quiero ir allí». No tenía ningún encargo, simplemente cogí un avió y empecé.

Palestinians throw flaming molotovs at Israeli soldiers in the West Bank in 2000.
Durante la Segunda Intifada palestina, la violencia fue intensa en ambos bandos. Los manifestantes lanzaban misiles contra los soldados y estos disparaban con munición real y balas de goma, a menudo con resultados fatales. Imagen tomada en Ramala (Cisjordania) en 2000. © James Nachtwey / Contrasto

¿Crees que en la actualidad es esencial que los jóvenes fotógrafos asuman riesgos para empezar su carrera profesional?

Asumes riesgos para empezar y en cada uno de los pasos del camino, siempre que seas fotógrafo. Pero nunca debes ser temerario, porque las consecuencias pueden ser muy graves, más allá del simple fracaso. Si el público va a ver tus imágenes, quieres asegurarte de que estás haciendo lo mejor para contar la historia de la forma correcta. Experimentamos la historia en tiempo real. No sabemos lo que significa todo. Por eso lo fotografiamos, [pero] debemos seguir nuestros instintos y nuestro conocimiento del pasado para intentar proyectar una imagen que transmita algo de verdad.

Asumes riesgos en cada paso del camino… pero nunca debes ser temerario.

¿La etiqueta de "fotógrafo de guerra" es una ayuda o un obstáculo? Algunos fotógrafos piensan que limita extremadamente la percepción de las personas sobre lo que hacen.

No creo que tenga tanta importancia. Es solo una etiqueta conveniente. Los fotógrafos de retratos se llaman fotógrafos de retratos y los fotógrafos de paisajes se llaman fotógrafos de paisajes, aunque en el fondo estén haciendo mucho más que eso.

A newborn infant tightly swaddled in subtly patterned cloth. Photograph by Lieve Blancquaert.

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El trabajo documental social es parte de lo que haces, además de la fotografía de conflictos, ¿no es así?

Sí. Empecé a centrarme en las guerras y los conflictos, y lo hice durante 10 años casi de forma exclusiva. Iba por el mundo de una guerra a otra. Después de la caída del muro de Berlín y la disolución del bloque de Europa del Este, me interesé en Rumanía porque había sido el menos accesible de todos los países de Europa del Este. De repente, se había abierto. Así que fui allí sin encargo alguno. Oí que había orfanatos por todo el país, pero nadie podía decirme dónde. Encontré un intérprete, alquilé un coche, conduje en su busca y descubrí un gulag de niños.

Era diferente del tipo de violencia que había presenciado en las guerras. Se trataba de crueldad institucionalizada y aprobada por el estado contra seres humanos totalmente inocentes y es algo que me impactó de verdad. Pasé varias semanas documentando este crimen contra la humanidad. Creo que eso amplió mi enfoque. Pude ver el valor que tiene fotografiar los problemas sociales importantes y las injusticias que debían corregirse, pero primero necesitaba revelarlo. Durante los 10 años siguientes, trabajé en un proyecto que se convirtió en el libro Inferno.

A famine victim in Sudan lies huddled on the ground in a feeding centre, shrouded in a blanket with one eye looking out, waiting to be given water from a bowl.
James pasó más de tres décadas fotografiando desastres humanos por todo el mundo, incluida la hambruna en Darfur (Sudán) en la década de los 90 del siglo pasado. Aquí, una víctima de la hambruna en un comedor social está demasiado débil para beber el agua que tiene al alcance de la mano y debe esperar a recibir ayuda. Imagen tomada en 1993. © James Nachtwey / Contrasto

Don McCullin ha dicho que no cree que sus fotografías hayan marcado una diferencia. ¿Qué opinas de tu trabajo? ¿Has visto cómo las fotografías generan cambios a mejor o informan a las personas?

Creo en el poder de la información en la mente del público. [La información impide simplemente que la gente acabe] monopolizada por los poderes fácticos. El proceso de cambio depende de ello. Hay pruebas empíricas de que el trabajo de la prensa, no mi trabajo o el trabajo de cualquier periodista, sino el de todos nosotros, crea una masa crítica de información que ayuda a generar cambios. Hay guerras que la gente cree que no tienen solución y nunca acabarán, pero lo hacen, y uno de los motivos es la información y la conciencia colectiva que crea. Cuando empezó la guerra de Irak, el público norteamericano estaba abrumadoramente a favor. Pocos años después, la mayoría de norteamericanos estaban en contra de ella. ¿Qué marco la diferencia si no fue la información?

Hablemos sobre tu último proyecto, una importante exposición retrospectiva que también se convertirá en libro. ¿Qué esperas que ofrezca?

Me lo he tomado como una oportunidad de comunicarme en otra plataforma, no en la prensa, sino en un espacio de exposiciones. Mi trabajo está destinado a los medios de comunicación en el momento en el que tienen lugar los eventos, por lo que se convierte en parte del diálogo diario de la gente. Pero un uso secundario de las imágenes es contemplarlas fuera de ese contexto. La fotografía se centra en un solo momento, pero también es atemporal. Cuando ves las imágenes aisladas de las noticias, las contemplas de forma diferente.

Mis fotografías no tienen como objetivo confirmar lo que ya sé.

Estoy totalmente de acuerdo. Al recorrer la exposición, había un intenso elemento de espiritualidad en algunas de las fotografías, que te invitaba a reflexionar. Me preguntaba lo que pensabas sobre las dificultades de yuxtaponer la belleza con el horror más gráfico del conflicto. ¿Cómo encuadras una imagen en tu mente? ¿Es instintivo?

Trabajo en el momento. Es una reacción personal a lo que veo. No hay plantilla. Mis fotografías no tienen como objetivo confirmar lo que ya sé. El proceso de la fotografía es una forma de explorar la realidad en tiempo real y en el espacio real. Todo es resultado de la improvisación. Si la belleza existe o coexiste con la tragedia, es parte de la vida, no algo que yo u otro fotógrafo estamos imponiendo. No hago mis fotografías en aras de la belleza. Puede ser un elemento de lo que está ocurriendo y no sé exactamente por qué. Puede ser un mecanismo dentro de la naturaleza humana que nos permite contemplar la tragedia sin darnos la vuelta, quizás ese sea su propósito. Pero si alguien observa cualquier de mis imágenes y todos ven algo bello, la imagen falla.

In a battle-scarred bedroom, a Croat militiaman leans out of the window and fires on his Muslim neighbours with a rifle.
La batalla por el control de Mostar se libró casa a casa, habitación a habitación, entre vecinos. Aquí, un dormitorio se ha convertido en un campo de batalla. Imagen tomada en Mostar (Bosnia y Herzegovina) en 1993. © James Nachtwey / Contrasto

Me gustaría hablar sobre algunos ejemplos específicos de la exposición. Algunos te siguen sorprendiendo a pesar de ser conocidísimos. La primera imagen es de la batalla de Mostar en Bosnia, en 1993, y muestra a un combatiente croata disparando desde una ventana (arriba)...

Acababa de llegar a Bosnia por primera vez. Llegué el segundo día de la batalla. Iba con otro fotógrafo y conseguimos pegarnos a un grupo de milicianos croatas que iban combatiendo casa a casa, habitación a habitación, intentando expulsar a sus vecinos musulmanes con los que habían vivido en paz durante generaciones. En esta guerra civil postnacional que desintegró Yugoslavia, los ciudadanos ordinarios se organizaban en milicias para crear entidades soberanas para sus propios grupos étnicos.

Uno de los milicianos acababa de recibir un disparo en el pasillo momentos antes de que tomara la foto y el otro fotógrafo con el que estaba le administraba los primeros auxilios. Parecía que ninguno de los miembros de su grupo sabía cómo hacerlo. Para mí, esa foto [del combatiente apuntando] tiene relevancia porque tiene lugar en el dormitorio. Un dormitorio es donde la gente descansa y sueña, donde se concibe la vida misma, y en ese caso era un campo de batalla.

Te has encontrado con muchas víctimas de conflictos. ¿Alguna vez has vuelto o te has mantenido en contacto con alguna de las personas a las que has fotografiado en estas circunstancias?

No es el papel que tengo. Voy a lugares en los que hay conflicto y caos, y las cosas se mueven con rapidez. He establecido relaciones en el momento, pero sigo adelante. La gente sigue adelante.

Dust and debris fly skywards as the south tower of the World Trade Center collapses in New York on 11 September 2001. In the foreground is a rusted cross on the roof of a building.
«Llegué a Nueva York a eso de las 11.30 h el 10 de septiembre y podía ver las torres del World Trade Center desde mi ventana. Cuando miré por la ventana por la mañana, vi la primera torre expulsando humo negro». Imagen tomada en Nueva York (Estados Unidos) el 11 de septiembre de 2001. © James Nachtwey / Contrasto

Estabas justo en la zona cero en Nueva York el 11 de septiembre de 2001, cuando se desplomó la torre sur. Me da la sensación de que esa obra es una de las más personales para ti. ¿Qué recuerdos tienes de ese día y cómo te sientes ahora al echar la vista atrás?

Creo que nunca lo he superado. Llegué a Nueva York a eso de las 11.30 h el 10 de septiembre desde Francia y podía ver las torres del World Trade Center desde mi ventana. Cuando miré por la ventana por la mañana, vi la primera torre expulsando humo negro. No tenía ni idea de lo que era. Pensé que podía haber sido un accidente, pero [me di cuenta] de que era algo importante, así que monté mi equipo de cámaras. Justo cuando iba a salir, miré por la ventana de nuevo y la segunda torre estaba en llamas. Me di cuenta de que Estados Unidos estaba siendo atacado.

Me acerqué corriendo y empecé a fotografiar. Mientras encuadraba la torre sur, llegué a una iglesia que tenía una cruz y la utilice como mecanismo de encuadre, un elemento en primer plano que de forma instintiva parecía adecuado. Mientras fotografiaba, la torre se derrumbó frente a mis ojos. Me quedé atónito. Mi mente iba a cámara lenta y todos esos trozos de metal que volaban por el aire como cerillas flotaban a cámara lenta. Pensé que tenía todo el tiempo del mundo.

Me di cuenta de que tenía aproximadamente cinco segundos. Si tomaba la foto, no sobreviviría.

Llegué al último fotograma (estaba grabando vídeo) y mi cámara se paró. En ese momento, las cosas empezaron a ir en tiempo real y me di cuenta de que estaba a punto de recibir un impacto. Conseguí encontrar refugio y todo se derrumbó a mi alrededor. Me vi obligado a ir a aquel sitio [donde había caído la primera torre] para ver el aspecto que tenía. Había camiones de bomberos destruidos, coches de policía destruidos… era una escena que parecía salida del apocalipsis. Me vi tan obligado a ir allí que no caí en la cuenta de que si la primera torre había caído, era probable que la segunda torre cayera también, y cuando lo hiciera estaría justo debajo. Me di cuenta de que tenía aproximadamente cinco segundos antes de que todo cayera al suelo y que si hacía la foto, no tendría tiempo de sobrevivir. Me invadió por completo el instinto de supervivencia y de algún modo volví a encontrar refugio.

Al principio pensé que estaba enterrado debajo de él, porque todo estaba en total oscuridad. Me estaba asfixiando porque estaba en medio de todo el humo y el polvo. Por fin, encontré una forma de salir, fui a la zona cero y pasé el resto del día allí. Me di cuenta de que mucha gente había muerto y la compasión e indignación que sentí no fueron diferentes a las que había sentido por las víctimas de la guerra en otros lugares en los que había estado. Mis sentimientos no tenían nada que ver con mi nacionalidad. No se encontraron supervivientes. Nos dimos cuenta de que todos estaban enterrados y que no había supervivientes.

Fue escalofriante. Sabía cómo controlarme en esa situación porque he estado en muchos campos de batalla y sabía qué hacer. Había ambulancias en fila para llevarse a los heridos, pero no había heridos.

People mill around the war-ravaged streets of Kabul, Afghanistan, some on bicycles, while two men sit on the barrel of a tank gun.
El resultado de la guerra en las zonas urbanas es que los supervivientes no tienen otra opción más que vivir entre las ruinas de sus hogares y vecindarios, de la forma más normal posible, a pesar de que la arquitectura que definía sus vidas se haya derrumbado. Imagen tomada en Kabul (Afganistán) en 1996. © James Nachtwey / Contrasto

Los fotógrafos no solo hacen un trabajo, son testigos, y sabemos que no son inmunes a las consecuencias. Has tenido una carrera prolongada y distinguida en este campo. Has visto cosas espantosas. ¿Cómo gestionas esos recuerdos?

De la forma más digna que puedo, con suerte. Con dificultad.

¿Te resulta más fácil hablar sobre ellos o simplemente centrarte en lo próximo?

No lo hablo con la gente que no ha estado en esas situaciones, porque es totalmente imposible que lo comprendan. No es culpa suya en absoluto. Con mis compañeros, un grupo de gente destacable, compartimos esos recuerdos y sentimientos… e implícitamente nos entendemos unos a otros. En realidad no tenemos que hablar de ello y, cuando lo hacemos, sabemos de lo que estamos hablando. Es algo que llevas contigo. Debes estar dispuesto no solo a afrontar riesgos físicos, peligros y adversidades, sino también obstáculos emocionales. Son gajes del oficio.

En cuanto a tu trabajo más reciente, hay una fotografía de Camboya que muestra a una madre con su hijo, que padece tuberculosis (TB) y meningitis. Es casi una composición parecida a la Piedad. Se queda en la memoria, puede que debido a esa asociación. Para mí, es algo que resalta el modo en que la medicina moderna puede hacer maravillas, pero en los países del tercer mundo o los que tienen menos recursos sigue habiendo sufrimiento. ¿Fue un encargo que realizaste de nuevo por iniciativa propia?

La primera vez que me centré realmente en la tuberculosis fue durante una colaboración con el Cambodian Health Committee, una ONG fundada por la Dra. Anne Goldfeld de Harvard, que fue a Camboya a intentar ayudar a las personas con TB. Había unas instalaciones médicas estatales que tenían muy pocos medicamentos y médicos sin demasiada formación. Las familias de los pacientes se encargaban de la mayoría de los cuidados, porque el personal era bastante escaso. Creo que es una imagen que muestra el amor.

Lo es.

Creo que el amor mantenía a ese niño vivo más que cualquier otra cosa.

¿Tenía acceso a cualquier medicamento o tratamiento?

Muy poco.

¿Es probable que el desenlace no fuera bueno?

No lo sé. Espero que sobreviviera. En ese momento, su madre no se había rendido. Estaba llena de esperanza, por muy desesperada que fuera la situación.

A man carries his son in his arms across a raging river as he tries to cross the border from Greece into Macedonia in 2016.
Tomada en 2016, este refugiado lleva a su hijo para protegerlo del torrencial río mientras intenta cruzar la frontera entre Grecia y Macedonia. «Quieres asegurarte de que estás haciendo lo mejor para contar la historia de la forma correcta», afirma James. «Experimentamos la historia en tiempo real. No sabemos lo que significa todo y por eso lo fotografiamos». © James Nachtwey / Contrasto

Volviendo a la actualidad, estuviste en Grecia fotografiando la crisis de los refugiados en Europa junto con muchos otros fotógrafos. ¿Cuál fue tu experiencia en ese acontecimiento?

Viajé tres veces a Europa durante ese tiempo. En el primer viaje, llegué a Belgrado justo cuando iban a cerrar la frontera de Hungría. En ese momento los refugiados se redirigían hacia Croacia y Eslovenia. Me recogió en el aeropuerto un hombre que iba a ser mí guía e intérprete, y nos dirigimos directamente en esa dirección, sin saber lo que encontraríamos.

Vi a un grupo de personas caminando por los campos de cultivo. Salí del coche y empecé a seguirlas. Le dije a mi guía: «No sé dónde voy. A ver si puedes encontrarme al final del día». La gente no sabía ni siquiera el país en el que estaba. No creo que supieran a dónde iban. Los movían la desesperación y la esperanza. Se abrieron camino entre los campos de cultivo y finalmente llegaron a una estación de tren. Nadie sabía si llegaría un tren ni dónde los llevaría.

Desde allí, fui a Lesbos, en Grecia, para fotografiar a las personas que cruzaban desde el estrecho de Turquía y llegaban a la playa. Por último, fui a Idomeni, en la frontera entre Grecia y Macedonia. La frontera estaba cerrada y las personas se apilaban en sucios campamentos de tiendas de campaña entre el barro y la lluvia. Esto estaba ocurriendo en el siglo XXI en Europa. Si hubieran tenido pieles de animales en lugar de tiendas de campaña de alta tecnología, podría haber sido la Edad Media.

Hoy en día, las noticias falsas forman parte de la agenda, y la gente está desconcertada porque no sabe distinguir los hechos de la ficción, y lo que puede ofrecerles la fotografía. ¿Qué piensas de las noticias falsas y el dilema sobre la veracidad y credibilidad en la fotografía?

El periodismo depende de la integridad. Las organizaciones o las personas que dan la vuelta a las cosas en el sentido contrario, o que mienten abiertamente, están ensombreciendo la profesión de manera injustificada. Los mejores periódicos y revistas, cadenas de televisión y servicios de televisión por cable siguen un código ético y unos estándares. La gente puede confiar de verdad en esas organizaciones con un historial demostrado. Si los políticos acusan a esas organizaciones de emitir noticias falsas, probablemente se deba a que la verdad no se ajusta a sus propósitos. Creo que debemos dar crédito a las personas para que puedan poner en orden esas cosas por sí solas.

¿Crees que el periodismo del siglo XXI está en una buena situación?

Sí, creo que está en una situación muy saludable y está evolucionando. El periodismo es necesario para que la sociedad funcione correctamente. No va a desaparecer. Se hará más fuerte. Sean cuales sean las herramientas que utilicemos en la actualidad, las utilizaremos de forma adecuada. Luego, cuando surja algo más, nos adaptaremos a ello. No puedo hablar demasiado del aspecto económico de la gestión de una empresa de noticias porque no lo sé todo al respecto, pero estoy seguro que la gente que lo sabe está buscando nuevas formas de adaptarse.

Escrito por Rachel Segal Hamilton


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