Aristóteles, erudito griego, creía que el color era luz celestial que los dioses nos habían otorgado. Por otro lado, su maestro, Platón, tenía la teoría de que nuestros ojos emiten rayos que se unen con la luz del día para formar un medio luminoso. Tenían ideas divertidas en la antigüedad, ¿verdad? Pero, para ser justos con ellos, el color siempre ha sido un concepto difícil de entender. Al fin y al cabo, el color no es “real”, solo existe en nuestro cerebro y este, como sabemos, es bastante misterioso. Cuando miramos al color, de hecho, realmente estamos viendo la interpretación que hace nuestro cerebro de la luz.
Por supuesto, los humanos no solemos aceptar lo que se nos da sin cuestionarlo y no podemos conformarnos con solo “ver”. Estamos abocados a mostrar a otros lo que vemos -y cómo lo vemos-. Por tanto, dado que nuestro mundo es un lugar extraordinario y lleno de color, durante cientos de años nuestros brillantes cerebros han estado ocupados traduciendo nuestras increíbles, sutiles y, a veces, disparatadas interpretaciones de la luz en las cosas que hacemos. Y, para hacer esto, necesitábamos imitar los colores que vemos a nuestro alrededor. Durante siglos, esta búsqueda de los colores perfectos ha llevado a algunos inventos y experimentos francamente raros, desconcertantes y absolutamente curiosos. La clase de cosas por las que te preguntarías “Vale, ¿cómo es posible que alguien haya descubierto eso?”
Por ejemplo, el pintor JMW Turner era un absoluto apasionado del amarillo. No de cualquier amarillo, sino de un amarillo anaranjado profundo y luminiscente que era intenso y brillante visto a la luz del sol. En su búsqueda de este escurridizo resplandor usó una pintura llamada “Amarillo indio”, conocido por su olor realmente horrible. ¿Por qué? Porque estaba hecha de orina. Cuando las vacas comen hojas de mango, el resultado es un excremento de color brillante que, al secarse, forma un pigmento amarillo intenso (¡aunque nadie sabe cómo se descubrió esto!). A pesar del repugnante olor, la demanda de Amarillo indio era suficiente para alimentar a un número importante de vacas con hojas de mango para recoger y vender el pigmento resultante. Finalmente, el proceso se declaró “inhumano” y se prohibió. Sin embargo, este no es el único ejemplo claramente horrible en la búsqueda del color perfecto; la historia ha documentado, durante cientos de años, la trituración de escarabajos (para el rojo carmín), de huesos (para el negro de hueso) y la pulverización de cadáveres muy antiguos (marrón momia) para crear combinaciones de color precisas. Y resulta que el amado Amarillo indio de Turner podría ser una de las primeras incursiones en el mundo fluorescente.
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Fluorescentes: un brillante accidente de color
Ahora bien, es importante aclarar que, cuando algo es “fluorescente”, realmente te aporta un gran golpe de color, pero no es lo mismo que la “fosforescencia”, que es el efecto de “brillo en la oscuridad” que permanece durante unos minutos o, incluso, horas. Por supuesto, ambos se dan de forma natural en el mundo, pero solo Turner y un puñado de artistas buscaron de forma activa los pigmentos para crear una sensación de “brillo” poco común en sus pinturas.
Y, por supuesto, los pigmentos fluorescentes muy brillantes y artificiales con los que estamos hoy familiarizados no llegaron hasta los años 30, coincidiendo con la enorme popularidad de las primeras luces de neón, que se estaban ubicando frenéticamente en los carteles de todo el mundo, sobre todo en los cines y en Time Square en Nueva York. Esta es la razón de por qué ‘fluorescente’ y ‘neón’ se utilizan indistintamente para describir colores brillantes, incluso aunque el neón sea, de hecho, un gas incoloro.
La historia sigue con Robert Switzer, el inventor de las primeras pinturas realmente fluorescentes. Robert sufrió un terrible accidente en el verano de 1933, en el que se fracturó el cráneo y se cortó el nervio óptico, por lo que los médicos le indicaron que debía estar en una habitación oscura hasta que recuperara su vista. Para pasar el tiempo, él y su hermano Joseph empezaron a experimentar con materiales fluorescentes porque pensaban que sería divertido para un espectáculo de magia.
Con el tiempo, mezclaron algunos de estos compuestos con una sustancia parecida al pegamento llamada goma laca y crearon, involuntariamente, las primeras pinturas fluorescentes de luz negra, es decir, que brillan en la oscuridad. Como resultado, crearon una empresa y fueron contratados durante la guerra para crear pigmentos fluorescentes de luz diurna para la situación bélica. Bob y Joe básicamente aportaron al mundo la chaqueta de alta visibilidad. No podemos imaginar cuántas vidas se han salvado desde entonces.
Sin embargo, a pesar de que los años sesenta son sinónimos, por un lado, de colores primarios brillantes y, por otro, de moda futurista, los fluorescentes adquirieron importancia como fenómeno cultural varias décadas después, coincidiendo con la llegada de la televisión en color y la disponibilidad generalizada de cámaras de alta calidad. En los años ochenta, el mundo empezó a "pensar en color": cuanto más brillante, mejor. Y aunque esta es la década más recordada por la moda fluorescente, en realidad, nunca hemos dado marcha atrás. Pero la verdad es que destacan, llaman la atención. En la cantidad adecuada, son una herramienta potente. Piensa en la tendencia que suponen los alegres y brillantes letreros de neón en la decoración. En la ropa deportiva, los naranjas, verdes, rosas y amarillos brillantes evocan energía. Es un conjunto de colores tan asociado a la vida nocturna como a la seguridad. El sutil brillo fluorescente de los cuadros de Turner está muy lejos de los amarillos ácidos de hoy en día.
Afortunadamente, en términos de color y diseño, hemos aprendido mucho de los ochenta y ahora sabemos que el poder de los fluorescentes estriba en equilibrar cuidadosamente su uso, frente al hecho de salpicarlos por todas partes. Tanto si se trata de diseño gráfico, como de estilismo en el mundo de la moda, en interiorismo o en arte, es inteligente proceder con cierta cautela con los fluorescentes. Un toque de color puede ser justo lo que necesitas para atraer la atención, pero un exceso puede tener el efecto contrario. Un uso cuidadoso en la publicidad y el diseño de la marca puede ser una herramienta poderosa para las empresas.
Los fluorescentes, aunque son relativamente nuevos, se han convertido en trabajadores eficientes del color -cuando los notas, es que están haciendo su trabajo- y han adquirido rápidamente una posición destacada en la paleta de colores de la vida.
Escrito por Hiroaki Shirakawa
Y, por supuesto, los pigmentos fluorescentes muy brillantes y artificiales con los que estamos hoy familiarizados no llegaron hasta los años 30, coincidiendo con la enorme popularidad de las primeras luces de neón, que se estaban ubicando frenéticamente en los carteles de todo el mundo, sobre todo en los cines y en Time Square en Nueva York. Esta es la razón de por qué ‘fluorescente’ y ‘neón’ se utilizan indistintamente para describir colores brillantes, incluso aunque el neón sea, de hecho, un gas incoloro.
La historia sigue con Robert Switzer, el inventor de las primeras pinturas realmente fluorescentes. Robert sufrió un terrible accidente en el verano de 1933, en el que se fracturó el cráneo y se cortó el nervio óptico, por lo que los médicos le indicaron que debía estar en una habitación oscura hasta que recuperara su vista. Para pasar el tiempo, él y su hermano Joseph empezaron a experimentar con materiales fluorescentes porque pensaban que sería divertido para un espectáculo de magia.
Con el tiempo, mezclaron algunos de estos compuestos con una sustancia parecida al pegamento llamada goma laca y crearon, involuntariamente, las primeras pinturas fluorescentes de luz negra, es decir, que brillan en la oscuridad. Como resultado, crearon una empresa y fueron contratados durante la guerra para crear pigmentos fluorescentes de luz diurna para la situación bélica. Bob y Joe básicamente aportaron al mundo la chaqueta de alta visibilidad. No podemos imaginar cuántas vidas se han salvado desde entonces.
Sin embargo, a pesar de que los años sesenta son sinónimos, por un lado, de colores primarios brillantes y, por otro, de moda futurista, los fluorescentes adquirieron importancia como fenómeno cultural varias décadas después, coincidiendo con la llegada de la televisión en color y la disponibilidad generalizada de cámaras de alta calidad. En los años ochenta, el mundo empezó a "pensar en color": cuanto más brillante, mejor. Y aunque esta es la década más recordada por la moda fluorescente, en realidad, nunca hemos dado marcha atrás. Pero la verdad es que destacan, llaman la atención. En la cantidad adecuada, son una herramienta potente. Piensa en la tendencia que suponen los alegres y brillantes letreros de neón en la decoración. En la ropa deportiva, los naranjas, verdes, rosas y amarillos brillantes evocan energía. Es un conjunto de colores tan asociado a la vida nocturna como a la seguridad. El sutil brillo fluorescente de los cuadros de Turner está muy lejos de los amarillos ácidos de hoy en día.
Afortunadamente, en términos de color y diseño, hemos aprendido mucho de los ochenta y ahora sabemos que el poder de los fluorescentes estriba en equilibrar cuidadosamente su uso, frente al hecho de salpicarlos por todas partes. Tanto si se trata de diseño gráfico, como de estilismo en el mundo de la moda, en interiorismo o en arte, es inteligente proceder con cierta cautela con los fluorescentes. Un toque de color puede ser justo lo que necesitas para atraer la atención, pero un exceso puede tener el efecto contrario. Un uso cuidadoso en la publicidad y el diseño de la marca puede ser una herramienta poderosa para las empresas.
Los fluorescentes, aunque son relativamente nuevos, se han convertido en trabajadores eficientes del color -cuando los notas, es que están haciendo su trabajo- y han adquirido rápidamente una posición destacada en la paleta de colores de la vida.
Escrito por Hiroaki Shirakawa
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