Marcelo del Pozo

A través de los pueblos blancos de España se vislumbran los restos del pasado

Por Marcelo del Pozo

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Los pueblos blancos del sur de España, con sus grupos de casitas cuadradas situadas en la cima de montes repletos de olivos, reciben ese nombre por la cal con la que se pintan sus fachadas para mantener fresco el interior.

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Pasear por sus estrechos callejones es como viajar al pasado, a la época en la que esta zona formaba parte del territorio musulmán medieval conocido como Al-Ándalus. Muchos de sus nombres tienen origen árabe, como Alcalá, que significa «castillo».

Otra pista del pasado la encontramos en el típico sufijo «de la Frontera», que nos remonta a la época en la que España se dividía en territorios cristianos y musulmanes.

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En las fiestas locales se celebran desde procesiones religiosas, donde las imágenes adornadas con flores recorren las calles empedradas, hasta encierros, en los que se suelta a los toros en el pueblo y los participantes tienen que protegerse detrás de unas barras para escapar de sus cuernos.

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Esta región, a pesar de ser increíblemente hermosa y atractiva para los turistas que visitan el sur de España, también es una de las zonas más pobres del país y cuenta con una de las mayores tasas de desempleo de la Unión Europea.

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Según Eurostat, Andalucía fue la región de Europa con la segunda mayor tasa de paro en 2015, con una de cada tres personas desempleada. Más de la mitad de los jóvenes no tienen trabajo.

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Tradicionalmente, los lugareños vivían de la industria del aceite de oliva (España es, sin duda alguna, el mayor productor mundial de este aceite), pero las expectativas han cambiado y los jóvenes ya no quieren dedicarse a un trabajo que exige tantas horas y está tan mal pagado como la agricultura.

«Los jóvenes huyen a las ciudades», afirma José María Cortijo, un chico de 19 años. Vive en Vega de los Molinos, barriada de Arcos de la Frontera, un pueblo blanco situado en una colina que desciende hasta el valle.

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Agustín Pina, un quesero que vive en Villaluenga del Rosario, un pueblo cercano situado en medio del Parque Nacional de la Sierra de Grazalema, está de acuerdo.

Agustín, que tiene 58 años y ha trabajado toda su vida en el campo, afirma: «Los jóvenes no quieren trabajar en el campo porque es una vida de esclavitud». «Ellos quieren trabajar de lunes a viernes».

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Los residentes afirman que la vida en el pueblo es tranquila y calmada, un retorno a otra época.

María José Manzano, de 50 años y madre de José María Cortijo, declara: «Cuando voy a las grandes ciudades, me muero de ganas de volver a casa». «Allí solo hay ruido, prisas y estrés».

(Escrito por Sonya Dowsett)